miércoles, 5 de diciembre de 2012

viernes, 10 de agosto de 2012

Leerte

De una u otra manera, siempre ha habido letras. En una pantalla, en una hoja crota o en una más paqueta; en mensajitos de texto o en un cuento. Desde los primeros mails para preguntar cómo saco una fotocopia, pasando por los cuereos de nuestros ocasionales compañeros de vecindario laboral, hasta los ya clásicos tres puntitos. Tengo ganas de leerte, de ver tus palabras en letras, de que  llegue un mail o un cuento nuevo, algo que me diga que no estoy solo en estas ganas.

domingo, 5 de agosto de 2012

Toco tu boca...



jueves, 26 de julio de 2012

Ganas compartidas?

No son tantas las oportunidades en las que uno tiene esas ganas irrefrenables de algo. No una simple tentación, o un rapto de curiosidad o una calentura. No, no. Hablo de ganas de esas que queman por dentro. Ganas de que suene el timbre, de escuchar el ruido del ascensor y abrir la puerta, de abrazarte y darte un beso, de tomar mate y charlar un rato. Yo tengo la pava lista y estoy terminando de hacer mi mate nuevo. Sólo deberías comprar unos Don Satur y poner el día.

sábado, 21 de julio de 2012

The Whisperer

Tal vez una de las pocas ventajas de estar solo, de no compartir mi espacio cotidiano con nadie en este momento, es que puedo hacer cosas que de otro modo generarían preguntas, sin tener nadie que me las haga. Es verdad que el gato me mira tratando de entender, o quizás simplemente esperando que la sorpresa venga con un poco de alimento balanceado. No lo sé.


Pero lo cierto es que ayer a la noche me levanté de una siesta rara, a deshora, de esas que terminan cuando la gente ya está durmiendo, y fui derecho a la computadora para ver de nuevo una de las películas más lindas, más entrañables que recuerdo.


Un caballo, su dueña adolescente, un accidente espantoso, y tratar de reconstruir la vida el día después. La del caballo, casi como una excusa; y la de todos ellos, tan heridos como el animal. El ruido fresco del río, la helada de la mañana, el fuego, las charlas sin verdadera noción del tiempo, y la sorpresa de estar enamorados con un mundo de distancias en el medio. 


Yo me enamoré en medio de ricos mates, de chistes filosos, de miradas sin permiso, de asados y lecturas compartidas. Un día nos dimos la mano en mi auto, nos acariciamos la punta de los dedos sin siquiera besarnos y nos miramos en silencio. Qué poco hace falta a veces para darse cuenta de lo que realmente pasa.  



jueves, 19 de julio de 2012

Lo que transmite...

















A veces las fotos transmiten sensaciones fuertes, que te hacen pensar en familia y en cariño, en el calor de un lindo momento, en la frescura de una linda imagen. Con esta foto siempre me pasó eso, y por eso desde hace tiempo la tengo guardada. Será que me gustan los gatos, sus poemas y sus cuentos.

Ayer, sentado en la computadora, vi una de las fotos más lindas que recuerde. Foto de sonrisa sin dientes, de cosquillas en la panza y de felicidad sin pretensiones. Uno de esos momentos que los padres te regalan de chico, juntando las monedas con esfuerzo, y que terminan grabados a fuego. Las dos fotos, esta y la de ayer, tienen ese tipo de magia, la de los lindos recuerdos.


domingo, 8 de julio de 2012

Devuelto

Fue mi primer día en el trabajo, sin serlo realmente. Llegué a mi oficina, con mis cuadros, mis portarretratos, mis libros, mis muñequitos y mi música. Todo estaba impecable, como si nunca lo hubiera dejado.

Caminé por los pasillos saludando gente a la que en algunos casos extrañaba, y a otra que no me interesaba particularmente ver. Di vueltas por todo el quinto piso, saludé a cada uno que me crucé, y me fui a buscar mi mate. Y ahí estaba tras las puertas del armario de la cocina, esperándome como siempre. Pero al lado estaba ese otro mate chiquito y bien pulido, con patitas de metal y su bombilla en flor. Con mezcla de sorpresa y tristeza, quise preguntarle: ¿Qué hacés acá tan solo?

Me fui a mi oficina apurado y en silencio para que no me vieran los ojos, para que no se dieran cuenta de que el mate que llevaba no era el mío, y me encerré a tomar unos amargos mirando la nada, muerto de ganas de que el mate viniera con su dueña, para poder abrazarla, para decirle cuánto la extraño y la quiero, para poder charlar en paz de tantas cosas.